El verdadero origen de la concha de las tortugas
Por José de Toledo | Apuntes de Naturaleza – mar, 16 jul 2013
Para llevar a cabo su estudio, los científicos se han centrado en tortugas de concha blanda, …¿De dónde viene la concha de las tortugas? Esta pregunta lleva rondando desde hace mucho tiempo a los biólogos evolutivos, y hasta ahora no se podía responder con seguridad. Existían algunas alternativas, ideas que parecían razonables y bien asentadas, pero ninguna que se pudiese dar con toda seguridad. Ahora, un artículo recién publicado puede hacerlo con total tranquilidad.
Las dos ideas que se barajaban eran bastante distintas. La que parecía más creíble de primeras decía que el caparazón de los quelonios – el grupo biológico al que pertenecen las tortugas –provenía en parte del esqueleto interno y en parte de estructuras externas, de unas escamas modificadas parecidas a las que pueden tener hoy en día los caimanes.
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Sin embargo, la que ha resultado cierta es la alternativa. El caparazón de estos animales apareció únicamente como modificación de las costillas y las vértebras. Toda la estructura proviene del esqueleto interno, sin que hayan participado escamas ni partes duras de la piel, epidermis esclerotizada, en lenguaje técnico.
Pero, ¿cómo han llegado los investigadores a esta conclusión? Lo que han hecho es seguir una vieja idea de la biología evolutiva, la que dice que “la ontogenia recapitula la filogenia”. Con esta frase tan rebuscada, los biólogos se refieren a que durante el desarrollo de los embriones se van pasando por fases que recuerdan a los pasos evolutivos que han seguido las especies.
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Siendo precisos, el paso desde un embrión a una cría por sus diferentes estadíos no recuerda todos los pasos de la evolución. Pero sí que permite tener una idea de qué ha pasado. En el caso concreto de las tortugas, al analizar con cuidado cómo desarrollan su concha, se puede ver qué partes del cuerpo utilizan para ello.
Y lo que queda claro es que los componentes, los “ladrillos” con los que se construye la concha, son costillas y vértebras. Dentro del huevo, mientras estos animales van creciendo, las costillas crecen y se ensanchan.
El cambio más sorprendente se da en las vértebras. Estas empiezan recordando a las de cualquier otro animal, iguales a las del resto de reptiles. A lo largo de la incubación del huevo se van ensanchando y creciendo por encima de lo esperado, se van hipertrofiando. Cuando termina este proceso se fusionan y forman el caparazón, la parte de la espalda de la concha. En el último momento se unen a las costillas, creando la estructura de protección de las tortugas.
La intención que tiene el grupo de investigación responsable del artículo es seguir estudiando la evolución de las tortugas. Tal y como explican, los últimos análisis genéticos demuestran que las tortugas descienden de un grupo de animales cercanos a los caimanes y a los dinosaurios, no de un tipo muy antiguo de reptiles. Y una vez que se ha demostrado que la concha proviene de estructuras modernas, queda claro que los quelonios no son simplemente un accidente evolutivo, como muchas veces se ha pensado.
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Gusanos capaces de regenerar su cabeza… pero ¿qué pasa con sus recuerdos?
Por Javier Peláez | Cuaderno de Ciencias – Hace 4 horas
Pocas disciplinas científicas provocan tanto asombro y fascinación como la biología. La Naturaleza en su inmensa diversidad ofrece especies animales y vegetales realmente increíbles. No en vano la labor de la evolución pacientemente acumulada a lo largo de 3.500 millones de años ha logrado una gigantesca gama de maneras de enfrentarse y adaptarse al entorno. Si a todo esto le añadimos unas gotas de neurociencia, la mezcla puede ser alucinante.
Una de las fantásticas cualidades, casi diríamos que superpoderes, que algunas especies pueden desarrollar incluye la capacidad de regenerar miembros amputados de su cuerpo. Seguramente todos conoceréis esta facultad en muchos reptiles como lagartijas o salamandras o quizá recordéis al excepcional pez cebra en el artículo que titulamos “5 increíbles características del pez que está revolucionando la Medicina”.
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Pero sin duda las campeonas absolutas de la regeneración son las planarias. Se trata de un tipo de diminutos gusanos acuáticos de apenas unos centímetros de tamaño que se han adaptado a todo tipo de ambientes marinos, desde los fondos marinos hasta los lechos de los ríos de todo el planeta.
Esta especie ha desarrollado una asombrosa capacidad de recuperación y es capaz de iniciar la sanación de sus heridas apenas unos minutos después de producirse el daño. Esta incontestable ventaja adaptativa le permite sobrevivir a multitud de percances y por supuesto, al ataque de muchos de sus predadores. Sus facultades de regeneración llegan a tal extremo que soncapaces de regenerar por completo partes vitales de su anatomía, incluido el cerebro.
¿Dónde está su secreto? La clave está en los neoblastos.
En los últimos años se ha hablado mucho sobre las células madre y sus recientes aplicaciones a la ciencia médica. Son técnicas en las que apenas estamos empezando mientras que las planarias nos llevan millones de años de ventaja.
Los neoblastos son células madre pluripotentes, lo que significa son capaces de convertirse en multitud de células diferentes. Esta facultad les permite recuperar o incluso regenerar por completo unos 40 tipos de células distintas ya sean de tejidos, de órganos, musculos… y las planarias tienen una elevada concentración de neoblastos. Se calcula que aproximadamente el 30% de las células de estos gusanos corresponde a neoblastos, es decir, células madre capaces de convertirse en cualquier otra célula que necesiten.
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Esta innegable ventaja evolutiva suscita asombro entre los científicos pero también curiosas preguntas… Por ejemplo, sabemos que estas planarias son capaces de regenerar una nueva cabeza con su correspondiente nuevo cerebro, pero… ¿qué ocurre con sus recuerdos? ¿Conservan la memoria?
Gracias a un genial experimento de un equipo de científicos de la de la Universidad de Tufts (EEUU), estas seductoras cuestiones pueden tener ya una respuesta porque parece que sí, las planarias podrían ser capaces de conservan memoria anterior a perder la cabeza…
¿Cómo lo han descubierto?
Estas planarias son una especie de hábitos nocturnos. Rehuyen la luz del sol y su ambiente natural está bajo tierra apartándose de los espacios abiertos y luminosos.
Sin embargo este grupo de investigadores consiguió entrenar a varios ejemplares de Schmidtea mediterránea, planarias muy comunes en los márgenes de ríos europeos, para que dejaran de tenerle miedo a la luz y se acostumbraran a ella. Mediante estímulos alimenticios, poco a poco, los biólogos consiguieron que estos gusanos asociaran la luz con la obtención de comida, olvidando sus hábitos nocturnos.
Una vez que las planarias se acostumbraron a obtener comida cuando veían la luz, los investigadores les seccionaron la cabeza y esperaron pacientemente unas dos semanas a que los gusanos desarrollaran una nueva parte superior y un nuevo cerebro.
Cuando los ejemplares decapitados completaron la regeneración de su sistema nervioso, y con su cabeza y cerebro plenamente funcionales, los científicos comprobaron sorprendidos que los gusanos recordaban la asociación aprendida entre comida y luz… Midieron el tiempo que tardaban en acercarse a la luz para comer y los compararon con otros gusanos a los que no habían entrenado, y efectivamente: eran más rápidos y se encaminaban hacia el premio con más resolución que el resto de planarias.
Los experimentos se han publicado esta semana en Journal of Experimental Biology, levantando cierta expectación en los ámbitos especializados. Como es natural estos resultados deben ser confirmados y el método científico debe seguir su curso realizando nuevos test y pruebas por diferentes medios y equipos de trabajo antes de levantar las campanas al vuelo, pero sin duda las cuestiones planteadas son fascinantes y nos animan a soñar con multitud de futuras e inesperadas soluciones médicas para las que podrían ser de ayuda.
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Referencias:
Tal Shomrat, Michael Levin, “An automated training paradigm reveals long-term memory in planaria and its persistence through head regeneration” The Journal of Experimental Biology, July 2, 2013 [DOI: 10.1242/jeb.087809].
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El tinte de los tatuajes no permanentes suele estar adulterado con un compuesto que provoca graves reacciones alérgicas que se mantienen para toda la vida. Las autoridades sanitarias alertan de los peligros asociados a la henna negra
Las fiestas de aquel año eran tan buenas como cabe esperar en cualquier pueblo de España: fuegos artificiales, música, comilonas populares y hasta una actuación del humorista Juan y Medio en la Plaza de la Constitución. Entre todas las actividades, el Ayuntamiento de Guadix montó una caseta-taller para que los menores pudieran probar en sus carnes un tentador privilegio de adultos: un vistoso tatuaje. Uno no permanente, eso sí, uno hecho con henna, ese tinte natural de larga tradición que ya usaban egipcios y nubios hace siglos. Del centenar largo de personas que pasaron por aquella caseta, alrededor de 30 acabaron en urgencias: el tatuaje les había abrasado la piel, dejándoles dolorosas marcas y lo que es peor, una secuela para toda la vida que les impedirá trabajar en determinadas profesiones en el futuro.
El caso de Guadix, sucedido en 2005, es un ejemplo muy llamativo de los riesgos que se corren al hacerse un pseudotatuaje de este tipo, tan propicio en periodos estivales por su corta duración: en unos diez días, 20 a lo sumo, el tribal o la letra china habrán desaparecido. Pero sobre todo es un ejemplo perfecto del desconocimiento que existe sobre este riesgo, que lleva incluso a un consistorio a poner en peligro la salud de sus niños. “Las autoridades no tienen ni idea de este problema, incluso muchos tatuadores lo desconocen”, explica el dermatólogo Leopoldo Borrego, responsable de varios trabajos que analizan cómo estos pseudotatuajes amateur están estropeando veraneos cada año.
Los niños suelen ser la principal víctimas de estas graves reacciones alérgicas
La clave está en que uno no puede fiarse de lo que le están aplicando en el paseo marítimo de cualquier localidad costera, en las ferias, mercadillos y fiestas populares. Porque en gran medida los tintes de henna están adulterados. Como suelen ponerse en verano, no resulta práctico el ritual necesario que implica unas cuatro horas de secado de la henna sobre la piel. Es por ello que en la mayoría de los casos se recurre a mezclarlo con un tinte prohibido para su uso en la piel, la parafenilendiamina (PPD), que ayuda a fijar el tatuaje en mucho menos tiempo: es la llamada henna negra, un producto ilegal y clandestino, cuyo color negruzco y durabilidad la distinguen del tinte original.
La henna negra, una sustancia ilegal
La PPD es una sustancia coloreada que se utiliza en múltiples productos, como tintes capilares (en concentraciones muy reducidas y siempre prohibida en cejas o pestañas) y textiles, plásticos e impresoras. “Como se trata de sustancias ilegales, es imposible saber el nivel de concentración de PPD que hay en el tinte que se está usando”, alerta Borrego, de la Academia Española de Dermatología y Venereología.
“Cada año nos encontramos con nuevos casos, generalmente recién llegados de la playa”
Esta sustancia llega a encontrarse en concentraciones de hasta el 15%, provocando inevitablemente reacciones alérgicas graves, como ampollas y lesiones permanentes. “Lo peor es que al sensibilizarse tras esta reacción alérgica, el sujeto se vuelve alérgico para siempre a esta sustancia, lo que le cierra la puerta a numerosas profesiones en las que la PPD está presente”, señala este profesor de la Universidad de Las Palmas, señalando empleos en peluquerías, la industria textil y del caucho, incluso imprentas.
Sanidad, a través de la Agencia Española del Medicamento (AEMPS), ha hecho varios llamamientos a la población (PDF) sobre los riesgos de la henna negra, pero el problema no parece haber remitido. No hay más que acudir a un repositorio de estudios médicos para darse cuenta de que cada día hay más y más casos de reacciones alérgicas a la henna adulterada, generalmente en periodos vacacionales, y que se extienden por todo el mundo: el equivalente de la AEMPS en EEUU ha publicado su propia alerta esta primavera.
Las principales víctimas suelen ser niños, advierte Borrego, porque tienen la piel más sensible, pero “sobre todo por una simple cuestión epidemiológica”, explica. “Los niños se los hacen más, porque no pueden hacerse uno de verdad, y logran que sus padres les dejen hacerse uno en verano, porque a los pocos días se habrá ido”, cuenta.
Es por eso que muchos de los estudios médicos que se publican los realizan pediatras, como es el caso de uno de los más recientes, publicado por Edurne Ciriza y otros dos colegas. En él se muestran dos casos de niños con importantes lesiones y marcas causadas por estos tatuajes. “Cada año nos encontramos con nuevos casos, generalmente recién llegados de la playa”, explica.
Campañas y registros
Ciriza lamenta que sean los propios padres los que pongan en riesgo a sus hijos por desconocimiento: “Lo ven como algo divertido e inocuo, como pintarle la cara de colorines en una feria. El motivo de publicar el artículo fue precisamente ese, el de tratar de dar difusión a este problema. Hay que tomar medidas”, alerta Ciriza.
Los expertos reclaman actuaciones policiales contra los tatuadores que usen productos ilegales
Desde su punto de vista, sería importante renovar las llamadas de alerta para avisar a la población y actuar desde el punto de vista de las autoridades: “Deberían hacerse registros. Al fin y al cabo, se trata de sustancias ilegales y se podrían requisar”. Coincide con ella el dermatólogo Leopoldo Borrego, quien no duda del calibre de la respuesta: “Lo lógico es distribuir la advertencia entre los medios, pero sobre todo entre las policías municipales. No hay ninguna vigilancia de estos puestos ambulantes y debería haberla”, reclama.
En 2007, el Ayuntamiento de Guadix, como organizador de aquella dolorosa actividad lúdica, aceptó su responsabilidad y anunció que indemnizaría a través de su aseguradora a los 26 menores con más de 340.000 euros. Una lección que sin duda hizo aprendió aquel consistorio, pero que no parece haber llegado mucho más allá.
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De entre las muchas piezas de época romana que salieron a la luz en las primitivas excavaciones realizadas en Gabii (a unos 20 kilómetros de Roma) en 1792, una de ellas resulta especialmente singular, y no por su calidad artística –de la que no carece–, sino por su incierto significado.
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La obra en cuestión –un “disco” de mármol pentélico de unos 90 centímetros de diámetro decorado con cabezas esculpidas y relieves en su borde–, fue descubierta por el pintor y anticuario británicoGavin Hamilton mientras trabajaba al servicio de la familia Borghese.
Tras el hallazgo, la pieza –al igual que los demás restos arqueológicos descubiertos– pasó a la colección del célebre clan italiano. Sin embargo, unos años después, en 1807, el mismísimoNapoleón Bonaparte la compró –junto a otras obras– para que engrosase los fondos cada vez más abundantes del Museo del Louvre, donde sigue hoy en día.
El aspecto de la obra es sin duda singular: el “disco” –o “cilindro” de escasa altura– cuenta con un rebaje en su parte central, como si hubiese estado destinado a albergar una pequeña cantidad de líquido.
Alrededor de esta “hendidura” aparecen doce esculturas de bulto redondo, en concreto doce cabezas que representan a dioses del panteón romano. El borde del disco, por su parte, presenta un relieve continuo en el que se muestran algunos atributos de dichos dioses, así como símbolos de los meses y los doce signos del Zodíaco.
Hoy en día la pieza –datada a comienzos del siglo II d.C.– se conoce como “Altar de Gabii” o “Altar de los doce dioses” pero, como avanzábamos al principio, no hay certeza sobre el uso o significado que pudo haber tenido en la época de su creación.
Durante mucho tiempo se ha propuesto que pudo haber sido un peculiar reloj de sol –griegos y romanos se cuentan entre los primeros creadores de este tipo de artefactos–, concretamente uno de tipo horizontal.
Según esta hipótesis, el rebaje de la parte central del disco habría sido utilizada para acoplar otra pieza –quizá un disco de bronce– que estaría provista de un gnomon, el “palo” que crearía la sombra para la marcar las distintas horas.
En opinión de los investigadores que defienden esta propuesta, dicha posibilidad quedaría respaldada por la presencia de varias muescas en el mármol en las que podría haber ido encajada la supuesta pieza del gnomon.
Otros autores, sin embargo, no comparten esta hipótesis. Uno de los principales inconvenientes para tal interpretación radica en el hecho de que los relojes de sol horizontales fueron muy escasos en la Antigüedad, y los pocos que se conservan no se parecen en nada a la pieza hallada en Gabii.
Además, señalan estos estudiosos, en el “altar” de Gabii no se encuentran las habituales líneas talladas sobre la piedra que sí se ven en los distintos relojes solares de época romana, y que ayudaban en la medición y “lectura” de la hora.
Aunque la hipótesis del reloj solar parece endeble –o al menos difícil de verificar–, no hay duda de que la singular muestra de escultura clásica tuvo algún tipo de uso o significado “cósmico” o “calendárico”.
La primera evidencia se encuentra en el relieve con la representación de los signos del zodíaco, pero también en las esculturas de bulto redondo, (las cabezas de los dioses romanos), que por su tamaño y ubicación destacada fueron sin duda la parte principal de la obra.
Estas cabezas no sólo están colocadas como si miraran al cielo –la parte del hueso parietal está “soldada” a la superficie del “disco–, sino que además la disposición de los dioses es del todo menos anecdótica.
Si nos fijamos con atención, vemos que las cabezas están distribuidas por parejas. Una “organización” que se corresponde con la que, según antiguos textos romanos, ordenaron venerar los libros sibilinos para apaciguar la ira de las divinidades y vencer al cartaginés Aníbal.
Según el relato de este suceso, que habría marcado el momento de la introducción de los doce dioses –los Dii Consentes– en el panteón romano, los sacerdotes escenificaron un banquete sagrado a modo de ofrenda, de tal forma que se colocaron seis bancos o asientos con imágenes de dos divinidades –una masculina y otra femenina– en cada uno de ellos.
Curiosamente, las divinidades colocadas en los sillones estaban representadas únicamente por sus cabezas, al igual que sucede en el “altar” de Gabii. Por tanto, parece claro que las figuras esculpidas en la pieza conservada en el Louvre están representando a los Dii Consentes.
Hay una única pega: aunque los doce dioses representados son los mismos, en el altar de Gabii tres de las parejas no coinciden con las descritas en el relato original sobre aquel banquete. Es decir: algunos dioses no están acompañando a las diosas que les corresponderían.
El “emparejamiento” original de estos doce Dii Consentes, y su relación con los meses y los signos del zodíaco aparecía inalterado en otra obra –en este caso literaria– de comienzos de nuestra era. En el siglo I d.C., el poeta romano Marcus Manilius escribió su Astronomica, el texto astrológico completo más antiguo que se conoce y en el que, entre otras cosas, hablaba de las divinidades, los planetas y su relación con los meses y los signos del zodíaco.
Aunque la disposición de las parejas de dioses, los meses y signos del zodiaco que vemos en el altar de Gabii está cambiada respecto al texto de Manilius y al relato original, no hay duda de que el escultor de la obra se inspiró en ambas fuentes. ¿Por qué introdujo esas modificaciones? ¿Cuál fue el auténtico uso de aquella pieza? Sugerentes preguntas que, por el momento, siguen esperando una respuesta satisfactoria.
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La falsa foto de Hitler siendo un bebé que en 1933 se convirtió en un fenómeno viral
Por Alfred López | Cuaderno de Historias – lun, 15 jul 2013
La foto del ‘baby Adolf’ se convirtió en un autentico viral en 1933 (museumofhoaxes)No hay día que pase en el que a través de alguna red social, foro o blog haya una imagen o vídeo que se convierta en todo un fenómeno viral, siendo compartido por millones de internautas que hablan sobre el tema y lo comparten en sus muros. El 85% de las personas que utilizan a diario internet están convencidas de que el ‘efecto viral’ es un fenómeno inventado recientemente y que se ha hecho famoso gracias a la imposición de las nuevas tecnologías y las redes sociales en todos los ámbitos de la sociedad.
Pero nada más lejos de eso, ya que lo que hoy en día conocemos por viral ya se realizaba hace un par de siglos, aunque su poder de expansión era mucho más lento y alcanzaba a muchísimas menos personas, debido a que se realizaba a través de los periódicos o el simple boca a boca, que iba pasando de una persona a otra.
No hace demasiados días os traía al Cuaderno de Historias el curioso relato de una fotografía realizada a una patata gigante hacia finales del siglo XIX y que se convirtió en todo un fenómeno para su época.
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Adolf Hitler, uno de los personajes históricos sobre el que más se ha escrito y publicado a lo largo del último siglo, también fue protagonista de un curioso y sorprendente fenómeno viral hace ocho décadas. Tuvo lugar en 1933, año en el que Hitler accedió a la cancillería del Estado alemán y uno de sus momentos de mayor esplendor político social, que lo llevaron a ser declarado como ‘el hombre del año 1938’ por la revista Time tan solo un lustro después.
El nuevo Canciller de Alemania acaparaba portadas y admiración por parte de millones de personas, habiéndose convertido en el personaje del momento. No había día en el que no se publicase alguna noticia relacionada con Hitler en algún periódico de cualquier rincón.
Esto hizo que la agencia Acme Newspictures distribuyera infinidad de material fotográfico sobre el Führer a los más de cien diarios de los Estados Unidos y Europa a los que proporcionaba fotografías de prensa.
Entre las muchísimas imágenes que diariamente recibía la agencia, en cierta ocasión se les coló una foto a través de la oficina que la agencia tenía en el Reino Unido y la cual había llegado desde Austria (país en el que nació Hitler) por mediación de un colaborador anónimo.
En dicha fotografía se podía ver al Führer siendo un bebé de pocos meses. Un niño rechoncho y cuyas fracciones eran las mismas que tendría siendo un adulto.
Fotografía verdadera de Adolf Hitler siendo un bebé (museumofhoaxes)Acme Newspictures distribuyó la imagen por las principales publicaciones y al venir ésta de la que, por entonces, era la mayor y más prestigiosa agencia de distribución fotográfica, no se dudó ni un instante sobre la veracidad de la misma, siendo publicada por la mayoría de los diarios estadounidenses y un gran número de publicaciones europeas.
La imagen del ‘baby Adolf’ (como se le bautizó a la fotografía) dio la vuelta al mundo, convirtiéndose en un viral y siendo motivo de tertulia y comentario por parte de millones de personas del planeta.
Periódicos tan prestigiosos como el ‘Chicago Tribune’ publicaron sendos artículos en los que destacaba la imagen del pequeño Adolf.
Pero había un problema en todo eso… la fotografía había sido retocada y no pertenecía a Adolf Hitler. Los diferentes consulados y embajadas que tenía Alemania repartidos por los diferentes países se encargaron de enviar comunicados de prensa a los medios de comunicación en los que les advertía del error cometido a la hora de publicar la imagen.
Pero como suele ocurrir con cualquier viral, la fotografía ya había corrido como la pólvora y millones eran las personas que habían podido verla. A pesar del aviso de las delegaciones diplomáticas alemanas, muy pocos fueron los medios que desmintieron o publicaron alguna nota aclaratoria sobre el asunto. Lo mejor era olvidarse del asunto y no remover más, con la esperanza de que los lectores se olvidarían del tema en muy poco tiempo, debido a la gran cantidad de noticias que en aquella época generaba el propio Hitler.
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De izquierda a derecha: foto retocada del ‘baby Adolf’, la fotografía verdadera y John May Warren en 1938 (mus …No fue hasta cinco años después (1938) cuando se supo a quién pertenecía verdaderamente esa fotografía. El niño en cuestión se llamaba John May Warren, nacido en 1931 en Ohio y fue descubierta casualmente por Harriet Downs(la madre de la criatura) cuando ojeaba una revista.
El niño regordete que aparecía en esa foto era sin lugar a dudas su pequeño John, en una foto que le habían tomado cuando contaba dos años. No sabía cómo había podido llegar hasta aquella publicación y comprendía aún menos cómo había sido retocada para hacerla pasar por una fotografía de Hitler.
Tras contactar con la revista, la señora Downs finalmente pudo hablar con los responsables de la agencia Acme Newspictures, quienes le pidieron disculpas y, supuestamente, la indemnizarían de algún modo, tal y como se suele proceder en estos casos.
Lo que sí quedó como un autentico misterio (y ocho décadas después sigue sin resolverse) fue el cómo llegó dicha fotografía hasta Austria (desde donde se había enviado a la agencia) y quién la había retocado con la intención de hacerla pasar por una foto de Adolf Hitler de bebé.
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